sábado, 8 de octubre de 2011

Artículo: Andrés Bonafina - El Imperio Napoleónico destruyó el feudalismo europeo


Antes que nada... ¿Qué queremos decir cuando hablamos de feudalismo?
La visión institucionalista propone explicarlo como una superposición de lazos de fidelidad que ligaban a la aristocracia en los tiempos medievales. Una suerte de larga cadena se señores, vasallos y otros vasallos de éstos, y así sucesivamente. Es ésta, por ejemplo, la definición que adopta el historiador español Claudio Sánchez Albornoz.
Otra visión, la de Maurice Dobb, se encuadra en términos marxistas, rechaza la visión institucionalista y propone definirlo como un modo de producción -en torno a la idea de servidumbre- posterior al esclavismo y anterior al actual capitalismo.
Una tercera visión, formulada por Perry Anderson, plantea una suerte de síntesis superadora de las dos anteriores, e incluye tanto la servidumbre como las relaciones feudo-vasalláticas como base para definir este término, y lo explica como un modo de producción que opera extrayendo los excedentes económicos a través de medios de coerción, sanciones extraeconómicas, la existencia de la servidumbre  y protección militar de los campesinos por el estamento nobiliario, quien ejerce el monopolio de la legalidad y los derechos de justicia, dentro de un marco político de soberanía fragmentada.
De esta manera, podría seguir enumerando diferentes concepciones, incluso otras relacionadas con la circulación de bienes o las dimensiones de las propiedades. Pero no es objeto de este artículo adentrarme en cuestiones historiográficas, y voy a tomar la tercera posición, por considerarla más abarcativa e inclusiva de las argumentaciones que se subrayarán.

Es indudable que el modelo absolutista monárquico, si bien se apoyó en el poder aristocrático, no pudo consolidarse sin comenzar a socavar las bases más profundas del feudalismo europeo. Sin embargo, éste proceso se daba en una relativa invisibilidad, y se quedaba a mitad de camino de una verdadera transformación política, social y económica, puesto que no arrancaba de todo el poder económico y político que detentaban los señores. La naturaleza misma del Estado monárquico era aristocrática, y la monarquía seguía sin tocar “las estructuras básicas tradicionales de la economía y de la sociedad”.
En cambio, la Revolución Francesa llevó a cabo la obra sin terminar del absolutismo. Consolidó la unidad nacional y reforzó las estructuras administrativas y el poder estatal. Pero también procedió a la abolición de los privilegios feudales y a la liberación del campesinado y su tierra. Al mismo tiempo, produjo el ascenso de la burguesía, cuestión que el absolutismo no había podido permitirse.
“La revolución, y luego la conquista napoleónica, arrastraron a la ruina el sistema entero”. En efecto, el gobierno del emperador Napoleón terminó con los últimos vestigios del sistema feudal, abolió todo privilegio nobiliario, y en cambio, instauró el gobierno liderado por los sectores económicamente poderosos. La burguesía reemplazó así a la nobleza en su calidad de “notable”. Dicho de otro modo, la burguesía, en su afán de romper las ataduras económicas del sistema feudal, organizó y llevó a cabo la revolución liberal, apoyándose en y liderando a las multitudes campesinas. Estas multitudes ya habían comenzado tímidamente a manifestarse en revueltas agrarias, pero fue luego de julio de 1789 que vieron a la burguesía como un aliado ineludible para alcanzar sus metas sociales.

Por otro lado, la aristocracia aspiraba a una guerra continental que destruyera la revolución y de esta manera alzarse nuevamente con el poder y restaurar los privilegios nobiliarios. Sin embargo, la burguesía no veía con malos ojos una guerra, ya que ésta era siempre oportunidad de hacer negocios. Pero también era una oportunidad para difundir el triunfo burgués por Europa y destruir el feudalismo en todo el continente. “La guerra continental servía a los intereses económicos, pero también a los políticos, de la burguesía girondina. Equivalía a llevar a extremos paroxísticos la lucha contra la aristocracia feudal, desenmascararla y destruirla allende las fronteras en donde había buscado refugio a través de la emigración, intensificar la lucha de clases a escala del antiguo régimen europeo”.
Sin embargo, la aristocracia daba pelea no sólo en el frente externo, sino aún también en el interno, y era evidente que la guerra y la derrota de los nobles no podía ser llevada a cabo sin la participación del pueblo y la unión del tercer estado. Diez años después de la toma de la Bastilla, la revolución no se delineaba plenamente aún, pero el período napoleónico posterior terminaría de consolidarla y de gestar las instituciones burguesas de la nueva conducción del estado.

Napoleón proyectó una doble imagen sobre Europa, fue a la vez “el último déspota ilustrado”, ya que gobernó despóticamente, pero también el hombre que destruyó el sistema feudal para siempre, consagró la igualdad de derechos civiles, el Estado laico y la liberación de los campesinos.
Gobernó como un monarca absoluto bajo la apariencia de una soberanía popular y demostró cómo aprovechar racionalmente las obras emprendidas por la revolución y encauzarlas nuevamente bajo el poder monárquico. La igualdad de derechos ya no sería incompatible con el poder de los notables, y éstos comenzarían a insertarse cada vez más en las esferas de la producción capitalista.