En estas fechas es cuando nos ponemos a pensar y reflexionar sobre nuestra sociedad, esta
sociedad gigante y macrocefálica que llamamos Argentina. Hoy, 25 de mayo,
la mayor parte del país sigue trabajando, o en su defecto sale de sus
viviendas a esparcirse, pero hay quienes nos damos
el lujo de practicar el otium, precisamente como la antítesis del
necotium. Para los romanos otium era lo que se hacía en el tiempo libre,
sin ninguna recompensa; entonces necotium o negocio para ellos era lo
que se hacía por dinero.
Este 25 de mayo nos
encuentra en un nuevo aniversario del
primer intento de formar una nación-estado burguesa en este territorio.
En la escuela nos enseñaban que éste día era muy importante porque
señalaba el inicio del primer gobierno patrio, autónomo, y los comienzos
de un país libre. Esta concepción, creada justamente en los alrededores
del primer centenario, respondía a los intereses de la clase dirigente
de formar una suerte de ''consciencia nacional'' apelando a los únicos
hechos que podrían ensalzar al ''ser argentino''.
Recordemos que
estas tierras estuvieron muy lejos de organizarse como nación hasta
entrado casi el siglo XX. Desde la proclamación de la Primera Junta, se
sucedieron exactamente 50 años de guerras civiles, desmembramientos
territoriales, crueles matanzas e infinidad de líderes carismáticos que
intentaron aglutinar a la fragmentada clase dirigente de las provincias
en un frente común capaz de tomar las riendas de una nación moderna.
Recién hacia 1860, con la nunca recordada batalla de Pavón, el
estado-nación se unifica, pero lejos estaba aún la formación de un
pueblo-nación acorde con el ideal burgués.
Tan pronto como se logró
la unificación de la dirigencia, el modelo de país exigía atraer
inmigrantes que poblaran y trabajaran el devastado territorio argentino.
Claro que esto permitió que llegaran grupos de las más diversas
nacionalidades, atentando nuevamente contra el denominado ser nacional.
Por ello, surgieron tres estrategias para homogeneizar a la población:
en primer lugar, la educación laica y obligatoria, con el fin de
unificar la lengua; en segundo lugar, la conscripción compulsiva en el
ejército de todos los varones, para generar un sentimiento de amor por
la patria y de alteridad contra el extranjero, y por último, la creación
de los símbolos patrios y el panteón nacional de héroes, para conducir a
toda la población en valores comunes y generar la creencia de una
mítica ''argentinidad'' preexistente.
Como vemos, y a diferencia de
lo que se cree vulgarmente, el estado nació mucho antes que se
consolidara una nación consciente. Giuseppe Garibaldi, héroe de la
unificación italiana y que por alguna extraña razón ostenta su
inmortalidad en un monumento de la Plaza Italia de nuestra Capital, dijo
alguna vez ''Ya inventamos Italia, ahora inventemos a los italianos'',
una frase que puede fácilmente trasladarse a nuestras tierras.
Un
siglo después, nos encontramos sumergidos en medio de una crisis del
Estado-Nación. Ya hace muchos años que la idea de nacionalidad se fue
desmoronando en favor de una conciencia global. Sin embargo, persiste
aún el imaginario de pertenencia, muy arraigado aún para la mayoría de
la población, aunque sustentado en bases muy débiles y a mi juzgar,
peligrosas. Hoy en día la llamada ''conciencia nacional'' sólo se
observa, por citar, en el nacionalismo banal de los partidos de la
selección de fútbol y en el nacionalismo étnico expresado en el odio
infundamentado contra los inmigrantes de nuestros hermanos países
sudamericanos. Y voy a fundamentar el uso de la palabra ''hermanos'' en
que compartimos un pasado de guerras y luchas comunes, una sangre común y
una situación actual común de dependencia hacia los centros de poder globales.
Hace poco más de veinte años el mundo aplaudía a Francis Fukuyama cuando
proclamaba sin reparos el fin de la historia y la consolidación del
sistema democrático liberal como última fase del evolucionismo de los
sistemas políticos y económicos. Diez años después el mundo supo darse
cuenta que esa idea estaba lejos de concretarse.
Hoy nos encontramos
frente a una fecha que nos debe conducir más lejos que a una mera
celebración de hechos pasados, casi mitológicos. Debemos preguntarnos si
realmente queremos reconstruir la nación. Nuestro país se encuentra
totalmente fragmentado, y es tentador caer en la propuesta de un
neo-nacionalismo integrador y fundamentalista, pero no debemos ser
ajenos a la realidad, por el contrario debemos enfrentar las
alternativas posibles, y en ese debate, proyectar el deseo de lo que
realmente buscamos. Para ello, es esencial deshacernos de los discursos
maniqueístas de ''la unidad o el caos'' y reflexionar desde la unidad
individual. Como dijo un general argentino, el grito de un hombre vale
más que el silencio de cien mil. No nos quedemos callados, aprovechemos
el Bicentenario y salgamos a alentar ese debate.